Tarde de sábado, sickness respiro entre nubes el sol tímido que avanza unas horas. De vuelta del centro comercial voy sorteando parejas de jubilados, señoras bien arregladas, grandes pendientes de perlas blancas y cardado recién salido de la peluquería; familias que salen a pasear buscando el espacio fuera de pisos reducidos; adolescentes que arrastran zapatillas gastadas de cordones sin atar y bolsas y bolsas y bolsas con la compra para la semana.

Un paseo rutinario en el que voy encontrando historias por contar, retratos aún no fotografiados, sonidos que describen el barrio cuando, cruzando la calle, llama mi atención un hombre de tipo impecable: chaqueta de punto azul marino de estreno de domingo, camisa recién planchada y pantalones a juego. Alto, pelo gris y el porte que da la elegancia natural. A primera vista un señor con buena planta, de los que da gusto ver caminar, con el paso a tiempo justo: ni rápido ni despacio. Se detiene junto al escaparate de una inmobiliaria de carteles de oferta y recién vendidos. Observa con atención. Me sorprende a primera vista y sonrío para mí.

No puedo evitar un segundo vistazo, al acercarme, mientras voy tejiendo historias (quién será, qué hará, qué vida habrá tenido, en qué ocupa su tiempo…) cuando la mirada me lleva a esos pequeños detalles que irremediablemente desmontarán la imagen y harán caer el mito. La elegancia que de primeras me llamó, ahora se va por los agujeros de los zapatos de rejilla negros y el palillo de dientes colgado de la boca.